Para principios del mes de Mayo según las lunas en el cielo y las nubes espesas y grises, mi madre decía que ya empezaba el temporal para planear su labor en el campo con la siembra de maíz, calabaza y frijol negro. Para ese momento ya había seleccionado la mejores semillas de la cosecha anterior, las semillas mas grandes y bonitas para preñar a la fértil tierra de mi bello Ahuacatitlán, tierras en el ahora paraje Santa Elena.
Una vez que acordaba con el dueño de la yunta la fecha de inicio para escardar la tierra a sembrar, también avisaba a sus otros ayudantes para que alistaran sus machetes y azadones para limpiar el terreno de hierbas y piedras. Y ahí temprano cada día iba doña Francisca Salinas con su trenza alrededor de su cabeza como una corona blanquencina, su esposo Don Pancho con su eterno sombrero de palma y su bigote que resaltaba sus carcajadas, también iban sus hijos; no faltaba don Lázaro Villagrán y don "Chita", gente de campo que gustaban del olor de la tierra, del sabor del pulque y que reconocía de los quelites a cada uno.
Eran varios días de trabajo intenso desde temprano y hasta que cayera el último rayo del sol, únicamente había una pausa para la comida a las 2 de la tarde en que nos sentábamos bajo la sombra de un árbol de chirimoyo y otras veces bajo un tzompantle. Mi hermana preparaba los mejores guisados picosos y siempre con frijoles negros caldosos ¡lo más delicioso!. Yo salía corriendo de la escuela y al llegar a casa sabía que mi hermana ya estaba lista con las ollas de peltre con los guisados de algunas veces con puerco en salsa verde, otras con hongos de temporada, verdolagas y arroz... solo de esos me acuerdo, yo creo que eran los que más me gustaban.
¡Y salíamos puntuales! a la "milpa" como le decíamos, y nuestro perro "mancha" iba abriendo camino en el trayecto. Ese perro era mi héroe porque se perdía entre las hierba crecidas de la milpa, oliendo y ladrando a veces y yo juré que con ese acto ahuyentaba a las serpientes que tanto miedo me daban.
Así transcurrían muchos días del verano, hasta que en Octubre venía la cosecha. Juntaba mi madre varias cargas de maíz, que era bastante para cubrir el año entero de alimentos y hasta para vender había. En Noviembre ya con las milpas secas y tostadas de sol podíamos ir a juntar chapulines ¡muchos! tantos que los hacía mi madre para cenar en tacos ¡los más sabrosos!
Esas fueron muchas de mis tardes de verano y otoño y aveces las de invierno. Mis vacaciones escolares eran de color verde bosque, con elotes hervidos o asados, de calabaza en dulce, de chapulines, de chirimoyas dulces y perfumadas, de duraznos verdes con sal, de camagüas (vainas de frijol tierno) hervidas con tequezquite.... mi tierna, feliz e inolvidable infancia.
Después de la cosecha, durante varios meses y mientras la tierra se reponía para la siembra posterior, en casa como bien decía mi abuela Susana Pedroza ¡no hacía falta nada! pues había frijol y maíz que también era comercializado para comprar lo que hiciera necesitara extra la familia. Lo demás, era lo de menos.
CREDITO: Yo mera, La Pueblerina.